A menudo iniciamos el año escolar con un montón de buenos propósitos: leer más, ver menos la TV, tener más paciencia… y como no; perder peso.
El peso es un indicativo de lo que comemos (pero no es el único), y nos fijamos y “obsesionamos” sobre todo con éste.
Si como más de lo que necesito ganaré peso, y al contrario.
Esta afirmación es una verdad a medias, ya que si empezamos a hacer actividad física podemos ganar peso asociado a ganancia de masa muscular, y eso, ¡es muy positivo!
Por lo tanto, un buen propósito (mucho mejor que adelgazar) sería alimentarse bien y tener un estilo de vida activo.
Dicho esto, lo primero a tener en cuenta es cambiar los hábitos, ya sean alimentarios o de estilo de vida, no es fácil; somos animales de costumbres. Por lo tanto, es importante plantearse pequeños objetivos.
Es necesario hacer una lista de aquello que sabemos que nos aleja de una alimentación y estilo de vida saludable, y, a partir de ésta, marcarse pequeños hitos a corto o medio término:
Una vez tengamos 3-4 objetivos, harà falta que nos hagamos un seguimiento. ¿Hemos cumplido con los objetivos?, ¿Qué barreras hacia el cambio hemos encontrado?, ¿Cómo superar estas barreras?
Además, hace falta felicitarse por los cambios conseguidos y, ¡ser conscientes! De esta manera nos motivaremos para seguir progresando.
Y sobre todo, preguntarse y recordar en todo momento por qué queremos conseguir estos cambios. ¿Quiero adelgazar?, ¿Por qué? o, ¿Para qué?
Los motivos tienen que ser de peso. Nunca mejor dicho.